Norberto Cresta. 35 años de pintura geométrica., 1988

Guillermo Whitelow

Museo de Arte Moderno

Catálogo de exposición

Buenos Aires

NORBERTO CRESTA. 35 AÑOS DE PINTURA GEOMÉTRICA 

A la obra de Norberto Cresta podría aplicarse una de las tantas observaciones felices que encontra­mos en las ya célebres cartas de Van Gogh a su her­mano Theo: "En lugar de tratar de reproducir exactamente lo que tengo ante los ojos, utilizo el color en la forma más arbitraria para expresarme con fuerza". La arbitrariedad a la que alude no implica un mero capri­cho sino cierto distanciamiento con respecto a la rea­lidad externa, y parece anunciar un predominio de la función del color en toda su pureza. Y por ello, le otorga un valor muy especial: "Tienen (los colores puros en contraste) un efecto misterioso, como el de la estrella en el azul profundo". Esta bella imagen, que contrapone con eficacia luminosidad y fondo, destaca la fuerza que de por sí puede adquirir el color cuando resplandece en la intensidad plena de su mostración cromática. 

Algo semejante advertimos en las obras de Cresta quien, a partir de 1953, optó de manera definitiva por este tipo de orientación. Si bien las exhibidas en el Museo de Arte Moderno responden al período 1986-88, el autor desea que volvamos la mirada hacia 35 años de su propia pintura. De modo que, para ilustrar al contemplador, es preciso rever las etapas que con­dujeron a este excelente resultado. 

A partir de 1953, Cresta comienza a plantearse lo que luego será, coherentemente, el eje de su ex­presión artística. No sólo viajes, sino también perma­nencia en otros países, le permitieron enriquecerse en contacto con los artistas que compartían sus preocupaciones. Entre 1959 y 1961, buscó conec­tarse en Brasil con pintores y con teóricos; más tar­de, en Alemania, donde primero estuvo como beca­rio y luego como invitado del Gobierno, ejerciendo la docencia en Stuttgart. De regreso a la Argentina, no tardó en radicarse en Buenos Aires, luego de una estadía en Córdoba, ciudad donde había cursado sus estudios básicos en la Academia de Bellas Artes. Iti­nerario que da muestra de sus inquietudes, así como de su intención de ahondar cada vez más en una bús­queda que la crítica extranjera estimuló en varias oportunidades con juicios elogiosos. 

Pero, además de estas vivencias y aprendizajes en el extranjero y en su propio país, ¿cómo se desa­rrolló la trayectoria plástica de Cresta? Se diría que consistió en la materialización progresiva de un diá­logo íntimo, caracterizado por la reflexión; en mani­festar, lenta pero firmemente, esa "resonancia inte­rior'' de que hablaba Kandinsky, algo que es abstraí­do, no de lo externo, sino de lo interno. "En el arte no se trata de elementos formales sino de una aspira­ción ( = contenido) interior, que determina de modo imperioso la forma" ("Una mirada sobre el pasado"). Para lograrlo, inició la tarea limitando la cantidad de elementos compositivos: planos de un solo color en el período "rojo" de los años 60; poco después, el empleo del rojo y del negro; o bien, la utilización del negro únicamente. A partir de 1971, se inclinará por la pintura acrílica, que mantiene hasta ahora, y que le permite extender sin tropiezos superficies impeca­bles, de vivificante plenitud cromática. 

Bastan estos pocos datos para poder ubicar en un debido contexto sus obras recientes. Maneja dos motivos fundamentales como soporte: el plano y la línea, en una confrontación donde la quietud y la fuerza se equilibran sutilmente. Pero, dentro y fuera de estos soportes (que en verdad son estructuras) reina el color, trabajado en gamas que se ajustan, y se requieren, precisas, armoniosas. 

En verdad, Cresta se interesa por lo que él llama el "espacio-co­lor", y que relaciona, como en un círculo de posibili­dades expresivas, con el concepto "espacial" de Lu­cio Fontana. 

En ese color, rescata una primitiva realidad, y un impacto emocional. En efecto, en sus lienzos nos en­frentamos con una suerte de arquitectura, donde juegan en el espacio aplanadas columnas y vanos su­gestivos. A menudo se crea una monumentalidad que nos sobrecoge, sobre todo a medida que au­menta el tamaño de aquéllos. 

¿Deberíamos hacer, además, una obligada refe­rencia a la música? Tienta el tema, cuando vemos cómo se enlazan las formas en un ritmo discursivo, sucediéndose dinámicamente el color, los planos, las líneas. Se expanden, se refrenan, se concentran, se quiebran, se buscan y se separan, y de pronto, se produce un silencio compensador. En todas estas al­ternancias, no está ausente el emblema, o quizás el signo, que lleva la propuesta más allá de lo pura­mente visual, a una trascendencia que bordea lo me­tafísico. 

Las palabras de Cresta alumbran nuestra in­quietud, nuestro interrogante: "Todo Arte debe lle­gar, con un proceso de concentración sobre lo esen­cial, al límite de síntesis necesario para poder comu­nicar con mayor claridad conceptual el universalismo del Hombre". 

El crítico italiano Guido Bailo, al indagar los oríge­nes del arte abstracto, observa que se exagera al mentar su "racionalidad". Agrega que "el verdadero arte abstracto, justo porque renuncia a la imitación de lo real, a la representación, se carga con una ma­yor tensión expresiva, más o menos contenida, hacia lo absoluto". Y entiende dicha renuncia como el punto de partida "hacia otros horizontes de lo real". La pintura de Cresta, en tanto traduce objetivamente un orden "interior", traspasa la mera realidad y nos lleva a ese absoluto que, por lo menos desde los pita­góricos, se manifiesta "ante los ojos" cuando un artista como él es capaz de ponerlo en evidencia. 

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